viernes, abril 20, 2012

Román



El tipo estaba muy cómodo. Comodísimo en el living de su casa. Era una tarde de junio; Se estaba definiendo el campeonato Clausura.
El tipo estaba en el sofá con su mujer Marta. Marta estaba tomando mate sola como siempre. En un rato iría hasta la panadería “La miga” a comprar unos bizcochitos de grasa para acompañar el resto de la mateada. En eso Marta deja el termo Lumilagro y el mate, se levanta y cruza por delante del tipo para ir al baño; Da un portazo y se baja la bombacha, que a esta altura del día ya está bastante olorienta.
El tipo sigue mirando el partido de fútbol sin prestarle atención. Al rato escucha el líquido que suena al caer y grita:

-          Che, cierren esa canilla que hace ruido, jajaja!

A lo que la mujer responde:

-          Ah si? A esta canilla la voy a hacer ver por el plomero!!!

-          jajaja! A esa canilla ni el plomero le saca el sarro jajaja!!! , dijo y en ese momento exacto, Riquelme la clavó en el ángulo y el barrio explotó a gritos.


Juan Fontana

martes, abril 03, 2012

EL VINO

Vino del pueblo. Tocaba la guitarra desde los siete años. Nadie podría llegar a considerarlo un Mozart, un Bethooven. Tampoco un Listz. Su destreza no pasaba por el clavicordio o el piano. Él amaba la guitarra eléctrica. Había comprado una Rickembaker a un profesor de música que estaba por casarse y necesitaba el dinero. Enfundó el instrumento y se fue a la gran ciudad. Se tomó el tren Urquiza, que en aquel entonces –antes de la privatización y posterior desaparición de este medio de transporte- unía toda la Mesopotamia con la ciudad de Buenos Aires. Las paradas de ese tren eran interminables, con los típicos pueblos alrededor de cada estación.
En el viaje durmió, cabeceó, se despertó y todo ese ciclo volvió a su comienzo, siempre abrazado a la Rickembaker.
Cuando el tren finalmente llegó a la Terminal de Chacarita, tomó el colectivo de la línea 39, que pasa por el centro de la ciudad hasta llegar a Constitución. Hasta ahí llegó él, con una dirección anotada en un papelucho. Tocó a la puerta. Nadie atendió. Varios fueron los intentos hasta que una anciana de pelos blancos como el algodón abrió la puerta rechinante. La anciana lo miró de abajo hacia arriba y le preguntó:
- Si… ¿qué necesita muchacho?
- Buen día, necesito un lugar para quedarme unos días y me recomendaron esta pensión.
- ¿Pensión? ¡Esto es un hotel!
A pesar del altercado, la anciana lo hizo pasar inmediatamente.
Una escalera lo llevó hasta una sala de estar. El único mobiliario que se encontraba ahí era una biblioteca en altura. La anciana dijo:
- Le muestro la habitación, muchacho.
Lo condujo a través de un pasillo de pintura descascarada color celeste. En el camino se cruzó con un pasajero. Más bien pasajera. Era una chica flaca, muy flaca, escuálida podría decirse, y de cabellos rubios. Él la miró con timidez pero ella siguió como si nada.
Al llegar a la mitad del pasillo la anciana abrió una puerta.
- Esta es una habitación compartida. En estos momentos la persona que vive acá no está pero llega al mediodía. Como imaginará es la opción más económica.
Cerró la puerta y siguieron hasta el final del pasillo.
- Esta es la única habitación individual que me queda. Es chica como puede ver pero acá no va a tener problemas con nadie. No es que si elige la otra habitación va a tener problemas. Nada que ver. Acá va a estar más cómodo, aunque le va a salir el doble que la anterior.
- Me quedo con la compartida, dijo él casi sin pensarlo.
- Está bien, dijo la anciana. La habitación se paga por adelantado. Venga que le hago el recibo. ¿Cómo es su nombre?
Antes de que la anciana le entregue las llaves, Martín pagó por la habitación, para después instalarse. En el pasillo se cruzó otra vez con la rubia, que en esta oportunidad llevaba un termo y un mate vacío en cada una de sus manos. Tampoco cruzaron miradas en esta segunda oportunidad.
El jóven abrió la puerta, dejó su bolso y la Rickenbaker a un costado. Probó el colchón. Era un poco duro para su gusto pero por lo que había pagado por la habitación no podía exigir más.
Durmió una siesta larga. Los asientos del tren no eran del todo cómodos y necesitaba descansar.
Cuando despertó ya estaba en la habitación su compañero. Y lo miraba fijo.
Martín también lo miró fijo.
- Y vos cómo te llamás?
- Martín. Soy de Concordia…
- Sí, acá la mayoría somos del interior. Yo soy de Luján. Me llamo Víctor. ¿Te molesta si pongo un rato la radio?
- Dale. Mientras voy a preparar algo de comer. Me muero de hambre; fue un viaje largo. ¿Vos comiste?
Víctor prendió la radio y puso una FM. Estaban pasando cumbia.
El almuerzo fue simple; un plato de fideos con salsa de tomates casera. La receta, básica: dorar cebolla, agregarle una lata de tomates perita, un poco de orégano y sal.