martes, junio 19, 2012

Paseando en familia


Mi hermano apareció en casa. Es extraño que él venga a visitarme pero yo tenía ropa suya y él la vino a buscar. Ropa que usé como mucho una vez o jamás me puse. También estaba mi tía. Tampoco ella es de venir a visitarme, pero lo estaba acompañando a mi hermano, como si fuese una especie de supervisora o algo así. Mi tía estaba muy elegante con su pollera, camisa y saco al tono. Antes de ir a cambiarse mi hermano me habló de la comida que se sirve en su casa; de la bondad de los ravioles con salsa de tomate y queso que comimos el domingo pasado. “Esos ravioles son elaborados con los mejores ingredientes, parecen caseros…”, dijo. A lo que yo pregunté  “¿Y cuánto sale la caja?”. “70 pesos”, me contestó. Como éramos cinco almorzando en su casa, le dije no sin asombro: “¡Son como cuatrocientos pesos!”. “Y sí ¿Cuánto querés que salga?”, fue su única respuesta. Entonces encaró a probarse una de las camisas que vino a reclamar, y yo le dije “Bancame que voy al baño. “Se trata de una urgencia”, aclaré.
Salimos. El día estaba soleado y era una buena ocasión para hacer un paseo. La ropa podía esperar. Éramos mi hermano, mi tía y yo. Mi viejo se coló al final.
Dado que nunca la había sacado a pasear desde que la arreglé, me animé y los acompañé en bici.
Recorrimos muchos lugares y, como era el día de la primavera, había gente repartiendo flores a cambio de una contribución. Yo les pasé por al lado como nada. No le iba a comprar una flor a mi tía. ¡Como si me interesaran las flores! Pero mi tía, siempre tan atenta ella, se paraba ante cada chica que ofrecía gentilmente sus flores, le daban una y yo terminaba poniendo la moneda.
Seguimos camino y vimos pasar una Ford Ranchera modelo ochentoso que me hizo acordar a una de esa época que tenía mi padre. Color blanco era. “¿A cuánto me vendés la Ranchera?”, quise saber. Me miró mal, con cara de “¿De qué estas hablando Willis?”.
Me aburro de esperarlos a todos con la bici, así que me adelanté hasta que llegué a Carlos Pellegrini y Corrientes. Era mediodía de un martes y el tránsito estaba convulsionado. Tacheros mala onda no faltaban.
De pronto miré hacia el centro de la avenida 9 de julio y ví una especie de gran carroza color gris metalizado con una multitud saltando arriba, como si estuviesen en un recital de AC/DC. El paso de la carroza hacía más lenta la circulación, cosa que sin duda molesta a cualquiera. Más si se trata de un taxista, a quien directamente lo indigna. Después la multitud bajó en masa de la carroza e interrumpió totalmente el tránsito, creando un caos aún mayor. Los conductores enfurecidos se bajaron de los autos y comenzó una verdadera batalla campal. Conductores versus personajes de la carroza. A todo esto quise saber por donde andaba mi familia para avisarles, pero me olvidé de llevar el celular. Entonces paré en un teléfono público. Entre los cartelitos porno y la mugre metí dos monedas de veinte centavos por la ranura y milagrosamente me pude comunicar. Después de avisarle, mi hermano me dijo que andaban por Constitución, y que lo sorprendía la cantidad de chicos-chica que había en el lugar. “Acá hay mucho chico-chica, eh”, me dijo. También me reclamó que lo haya llamado desde un teléfono público.
Pedaleé hasta llegar a la zona de Retiro y en el Hotel Plaza me encontré con un jeque árabe saliendo de ese elegante hotel acompañado por El Diegote y un par de chicas. Al Diegote le pedí un abrazo dado que es mi ídolo máximo. No todos los días se tiene la oportunidad de saludar a una estrella internacional como él. Dejé mi bici apoyada en un gran macetero y le dí el abrazo. En eso salió del hotel un auto negro y con vidrios polarizados al que subió el jeque árabe y las chicas. Último subió El Diegote y me dijo “Vení, vení, dale”. Y yo también subí. El auto salió rápidamente despedido como una bola de pinball y llegó al microcentro donde seguía el caos. La batalla entre la multitud y los conductores, en particular los taxistas indignados no cesaba. Me puse nervioso y prendí un cigarrillo. El jeque árabe puso mala cara y bajó la ventanilla, a través de la cual un grupo de taxistas alcanzó a ver al Diegote. Los taxistas comenzaron a amasijar el auto, y el resto de los conductores con los personajes de la carroza los siguieron. Yo alcancé a escapar y me fui a buscar mi bicicleta a Retiro. De ahí a Constitución donde me encontré con mi hermano, mi tía y mi viejo.

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