miércoles, agosto 31, 2005

AIRE

El ascensor de la empresa atestado de gente. Una monja que sube en el primer piso. La puerta se cierra, implacable. El habitáculo queda perfumado y un desperfecto bloquea el funcionamiento del ascensor.
Qué haces? Quién reacciona primero? Qué se dicen los pasajeros?
El ejecutivo respinga la nariz.
La secretaria ejecutiva respinga la nariz y se lleva una carilina mentolada hacia ella.
El oficinista agita un expediente para renovar el aire.
El cadete, sube el cuello de su polera hasta la nariz.
Todos miran despectivamente a la religiosa. Incluso. el cadete le mira el trasero con furia, buscando castigo divino al origen del asunto, aunque jamás pensó que iba a mirar un trasero sagrado con tanto detenimiento.
Silencio. Miradas.
Sin ocultar su angustia, y algo cansada de este clima, la monja dice:
“Bueno, hermanos... comprendan. Ya lo dijo Cristo, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra…”
El ejecutivo: …
La secretaria ejecutiva: (soplido)
El oficinista: (risita cómplice)
El cadete: Era una piedra, no un pedo, doña.
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Al cabo de un rato, se abrieron las puertas. Bajó todo el mundo. Menos uno

lunes, agosto 29, 2005

MIGAS

MUCHACHO
Entré a la panadería “Las buenas migas”. Allí finalmente encontré el único Pago Fácil abierto en todo el barrio. Ya lo decía la calcomanía hexagonal pegada en la vidriera del local: “Pague aquí sus facturas”.
Abrí la puerta de entrada vidriada sin esfuerzo. Fui recibido de inmediato por el empleado. Esto de ninguna manera se trató de una casualidad. Yo era el único cliente. En principio me sentí intimidado. No soy de desconfiar, pero noté un clima algo extraño. Pero pronto razoné que mi pronóstico había sido errado. Se trataba de un hombre de canas, anteojos, bigote, que tendría unos 68 años (podrían ser más, podrían ser menos) y se asemejaba a un farmacéutico. De hecho reparé en una foto ubicada justo a la derecha del reloj; el mismo hombre y la misma sonrisa, recostados sobre una ambulancia. Inclusive, en el único bolsillo de su camisa blanca portaba dos biromes; una verde manzana con logo blanco y otra amarillo patito lisa.
El hombre se inclinó levemente sobre el mostrador y me miró por sobre los cristales de sus anteojos, levantando las cejas.
- Buenas, muchacho ¿Qué va a llevar?
Despegué su mirada de la mía, -o fue al revés?- para dirigirla hacia la vidriera. Muchas eran las opciones. La estudié. Era una vidriera como cualquier otra, por lo que decidí estudiar su contenido, que hallé más interesante. Empalagosas tortitas y confituras con cantidades exageradamente desproporcionadas de chocolate, crema, dulce de leche y chocolate (blanco). Mi mirada quedó fija, como detenida en el tiempo. No pude despegar la atención de allí. Por momentos me sentí dentro del mundo de Tim Burton, como si en cualquier momento todas esas exquisiteces se escaparan de su lugar y vinieran hacia mí para abalanzarse sin piedad. Hice esfuerzos para que eso ocurra. El deseo se apoderó de mí, a tal punto de sentir el estómago retorcerse. Mi vista se tornó borrosa, e hizo escala en la foto que se encontraba junto al reloj.
A partir de ese momento no recuerdo absolutamente nada de lo que sucedió luego. Solo sé que desperté en casa, con una cremona, el mate recién preparado y las facturas vencidas.

PANADERO
Lo vi entrar al local como pidiendo disculpas. Llevaba una carpeta amarilla bajo el brazo. Tendría unos… 27 años mas o menos. Yo fui amable con él, como siempre trato a toda la clientela, por supuesto; pero él no respondió a mi saludo. Sólo atinó a dejar la carpeta sobre el mostrador y se puso a relojear las facturas como si se tratase de una cuestión de vida o muerte. La cosa es así para alguna gente: se llevan de las medialunas de manteca y después lo cagan a pedos, como dirían los pibes, porque querían de grasa. Su mirada se clavó la vista en el mostrador, y los ojos se le desorbitaron. Blancos quedaron. Mientras, yo esperaba pacientemente que se decidiera por alguna de nuestras especialidades. No sería exagerado decir que tenemos la mayor variedad de confituras en el barrio, y es probable que él, de alguna forma, haya quedado encandilado ante tanta abundancia dulce. No digo que esto sea exactamente así. Es sólo una posibilidad ante su reacción. Por supuesto, después de que los ojos quedaran en blanco, el muchacho cayó redondo como una bolsa de papas. Yo lo reanimé, y justo vino una señora, pero no quiso ayudarme o algo le pasó. No lo sé. El caso es que se fue. Finalmente, llamé a un número que tenía anotado en un volante. De decodificador porno era el volante, me acuerdo. Vino una chica, se lo llevó y nunca me enteré más nada.

SEÑORA
Yo miraba el noticiero de canal 9 tomando mate en casa, y cuando se me terminó el paquete de Criollitas, pensé que todavía “La miga”, como le decimos los vecinos, estaría abierta. Y al asomarme al balcón ví que todavía estaba la vidriera iluminada. Entonces bajé a comprar unos bizcochos de grasa. Son los mejores del barrio. Siempre voy ahí, aunque es una lastima que hayan cambiado los dueños. A los que atienden ahora no los conozco, prácticamente. Crucé la calle, y ya desde afuera veía que algo extraño estaba pasando. Al entrar encontré al panadero sobre un muchacho. Estaba uno sobre otro: el panadero arriba y de piernas abiertas, y se besaban. Inmediatamente el panadero se sorprende ante mi presencia, me da un volante de decodificador porno, y me dice que llame urgente a ese número.

miércoles, agosto 17, 2005

Para ti

Te vi caminando por Lavalle una tardecita de sol. Tu pancho con papas pay me tentó. Y yo sólo te dije “Eh, chica, me das un trozo de tu salchicha?!”. Tú ni siquiera miraste. Todo en ti fue indiferencia. Y yo, cabizbajo, saqué boleto para el Electric.
Al kiosco de revistas me dirigí. La nueva Semanario estaba allí. La pedí. El kiosquero me dijo que era la última, y estaba reservada. Uy, qué cagada!. Pensé en ti.
Luego pasó el cocacolero. EH! Cocacolero! Y me dejó una coca chiquita de un peso sin pajita, que bebí hasta el final. Eructé, miré el envase vacío, y pensé en ti.
Entré al cine. Me senté en la última butaca. Estaban dando una de Bruce Willis, la ultima tal vez. No importa, son todas iguales, concluí. Y no pude evitarlo. Pensé en ti.
Bruce Willis se cargaba a todos los malos, con su pistola o a las piñas. Caras sangrantes, caras sudadas. Finalmente ganó el héroe y se quedó con la chica. Y pensé nuevamente en ti (si, otra vez en ti).
Salí a buscarte!! Me recorrí todo Lavalle!! Esquivé al panchero, al cocacolero, y a las estatuas vivientes atropellé de puro guapo. Llegué a final de la peatonal, doblé esa esquina infernal y allí te encontré, pero para qué?. Estabas sola y con las manos vacías, restos de salchicha colgaban de tus encías. Pero ya sin tu pancho, sin tus papas pay, no eras la misma. Ya no pienso en ti. Nunca más en ti.

lunes, agosto 15, 2005

Los padres gritones de Graciela

Al despertar, Carlos encendió el velador para sorprenderse con las agujas del reloj clavadas en las 5 AM. Era la hora acostumbrada para levantarse e ir a trabajar, pero sólo de lunes a viernes. Al voltearse su mujer hacia su lado de la cama, Carlos le sonrió y le corrió el pelo de la cara. Los ojos de Adela se entreabrieron. Luego Carlos inició un recorrido por su rostro que comenzó justo debajo del lóbulo de la oreja derecha. Adela tembló con los ojos cerrados. Carlos dirigió su mano hacia el velador, la misma con la que había acariciado a Adela, y apagó la luz. En la madrugada sus cuerpos se fundieron en un profundo abrazo hasta que ella tomó la iniciativa llevando su pierna derecha hasta rozar con la entrepierna de él. Luego Adela se colocó encima de su marido y no pudo evitar expresar su placer a los gritos. Gritos que acrecentaban la frecuencia. Gritos que llegaron a los oídos de la menor de sus hijas transformados en terror.
A la mañana siguiente compartieron el tradicional almuerzo familiar de los domingos, pero esta vez prácticamente en silencio.

domingo, agosto 07, 2005

¡Que vivan los novios!

Digamos que estas ahí, en esa fiesta MARAVILLOSA. Los recién casados ya entraron con la música de “Titanic”, y muy sonrientes los dos. Ya te bajaste un par de daiquiris, y le entraste a los canapés… y también saludaste a tus seres mas queridos de la familia de la novia (o sea, la hermana y la prima). Luego te dirigís hacia la mesa que te corresponde, y te toca una donde no conocés a nadie. Además, la gente que te tocó sólo habla de cultura griega, y a vos, que sos muy “del palo”, eso no te va.
Te pasás el tiempo mirando los mensajitos que te mandaron al celular, y a su vez mandas per-ma-nen-te-mente mensajitos a tu amigo más copado como para pasar el tiempo. A la media hora él te cuenta qué esta haciendo; tomando un Speed con vodka en el bar Million, donde vio una foto REBUENA de las coristas de Sergio Pángaro en una muestra que se esta haciendo ahí. Vos lo envidiás con el alma, y te sorprende en ese momento el primer plato: es la empanada más estética que jamás hayas visto en tu vida. El repulgue es perfecto, la masa es casera (pero no desprolija), y además tiene el brillo adecuado. La tomás con una servilleta como para no quemarte, pero la temperatura es la ideal. Sonreís y te encandilás ante tanta perfección y le zarpás un bocado feroz, llegando a tener el bocado la dimensión de la mitad de la empanada. El resto de tus compañeros de mesa (TODOS), fueron más pacientes que vos y mordieron apenas la puntita hasta medio milímetro del relleno de la empanada, que a vos te resultó la más picante del mundo. Tu boca es un incendio, y tenés la copa vacía. La jarra la tiene otro, que va llenando (muy) lentamente la copa de su pareja. Tampoco querés llamarlo teniendo la boca llena, pues sería de muy mala educación. Entonces, ves al cocacolero pasar, y le pedís una de litro y medio como si estuvieses en la Bombonera. El no entiende lo que tratás de decirle, pero ve tu boca entreabierta de empanada a medio masticar, y te deja la jarra entera. Te llenás la copa con toda la prisa posible, y resulta que la gaseosa está caliente, aunque no tan caliente como lo estás vos. A todo esto se apagan las luces y empieza el gran evento, el carnaval carioca. La novia, morocha, hermosa, simpática y una gran amiga (que no te pudiste levantar en su momento), te toma de la mano y te arrastra hacia el mismo centro de la pista con el incendio de la empanada en la garganta. Nomás que ahí mismo te agarran arcadas y devolvés todo en el vestido blanco. Todas las cámaras digitales presentes te enfocan con el zoom óptico de 9x, y retratan ese inolvidable momento. Al toque vienen los amigotes de rugby del novio y te hacen un scrawm que te vuela la flamante corona que se llevó todo tu aguinaldo. Pero el ardor te sigue acompañando. Y no se va. Y no se va. Como si estuviesen pasando la canción en exclusiva para vos, aunque levemente modificada: “Qué lindo/qué lindo/cuando el ARDOR está/No se quiere ir,/se quiere quedar”.
Finalmente un radio-taxi te deposita en tu casa, y reflexionás:
- Si yo me hubiese levantado a esta minita, nada de esto hubiera pasado.
Y… NO. MIRA QUE TE LO DIJE...! (tu almohada siempre te aconseja mejor que nadie).