La vi venir desde la otra esquina, con bolsas de supermercado repletas y una mochila a sus espaldas. De algún modo, ella se movía como un atribulado elefante. O hipopótamo. Da igual. Yo la observaba detenidamente, a unos cuantos metros, parado en mi esquina y fumando un tabaco, mientras ella, supongo, iba camino a su casa con las provisiones para la semana. Se acercaba poco a poco y, en determinado momento, su mirada se clavó en la mía. A partir de ahí, se generó cierto vínculo, cierta complicidad. Ya más cerca, descubrí su semblante curtido y de tez morena. El día caluroso la hacía transpirar sin tregua. A cada paso, que daba con dificultad, una nueva gota de sudor se deslizaba por su rostro. Aquella imagen me causaba cierta ternura y deseos de ayudarla. De hecho, parecía ser lo que me indicaba con la mirada; una mirada sincera y expresiva.
Sorprendido, la vi apurar el paso cada vez más, produciendo el agite incesante de los bártulos que inmovilizaban sus brazos, con las botellas de vidrio que tintineaban al chocarse y el plástico de las bolsas sonando a cada roce.
Al llegar a la esquina donde yo estaba recostado, se detuvo frente a mí y me dirigió la palabra.
Con una voz suave y algo entrecortada, me dijo:
- Muchacho…disculpe que lo moleste, pero…Usted… ¿me podría rascar la nariz?
Sorprendido, la vi apurar el paso cada vez más, produciendo el agite incesante de los bártulos que inmovilizaban sus brazos, con las botellas de vidrio que tintineaban al chocarse y el plástico de las bolsas sonando a cada roce.
Al llegar a la esquina donde yo estaba recostado, se detuvo frente a mí y me dirigió la palabra.
Con una voz suave y algo entrecortada, me dijo:
- Muchacho…disculpe que lo moleste, pero…Usted… ¿me podría rascar la nariz?
1 comentario:
Que buena la imagen de la señora apurando el paso!...igual vos sos malo y seguro le contestaste que nó.
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