domingo, septiembre 10, 2006

Bolsas

La vi venir desde la otra esquina, con bolsas de supermercado repletas y una mochila a sus espaldas. De algún modo, ella se movía como un atribulado elefante. O hipopótamo. Da igual. Yo la observaba detenidamente, a unos cuantos metros, parado en mi esquina y fumando un tabaco, mientras ella, supongo, iba camino a su casa con las provisiones para la semana. Se acercaba poco a poco y, en determinado momento, su mirada se clavó en la mía. A partir de ahí, se generó cierto vínculo, cierta complicidad. Ya más cerca, descubrí su semblante curtido y de tez morena. El día caluroso la hacía transpirar sin tregua. A cada paso, que daba con dificultad, una nueva gota de sudor se deslizaba por su rostro. Aquella imagen me causaba cierta ternura y deseos de ayudarla. De hecho, parecía ser lo que me indicaba con la mirada; una mirada sincera y expresiva.
Sorprendido, la vi apurar el paso cada vez más, produciendo el agite incesante de los bártulos que inmovilizaban sus brazos, con las botellas de vidrio que tintineaban al chocarse y el plástico de las bolsas sonando a cada roce.
Al llegar a la esquina donde yo estaba recostado, se detuvo frente a mí y me dirigió la palabra.
Con una voz suave y algo entrecortada, me dijo:
- Muchacho…disculpe que lo moleste, pero…Usted… ¿me podría rascar la nariz?

1 comentario:

vanix dijo...

Que buena la imagen de la señora apurando el paso!...igual vos sos malo y seguro le contestaste que nó.