viernes, agosto 04, 2006

Ida y vuelta

Noche. En la intersección de la avenida San Lorenzo y la calle Hipólito Yrigoyen las familias concordienses se reúnen. Algunos reciben. Otros, menos, despiden. Es una especie de ritual que tiene lugar cada viernes, pero siempre se repite con nuevas emociones. José fue a buscar a la terminal de ómnibus a su amigo Javier, que venía de Buenos Aires donde cursaba estudios de abogacía. En la espera, enciende un cigarrillo mientras observa el panorama.
A escasos metros, un Che Guevara criollo (portando reloj de última generación), se va acercando a cada colectivo, ofreciendo sus servicios de maletero. También está el puesto de panchos ambulante, que ofrece por un peso un poco de engaño para el estómago. El panchero, de camisa a rayas celestes, sube cada vez más el volumen del radigrabador que satura con un repertorio compuesto básicamente por cumbia: la banda de sonido de la ciudad.
Frente a la terminal, un comedor con mesas en la vereda ya cerraba sus puertas. El comercio en cuestión presentaba la singularidad de poseer dos nombres: por un lado “Sandwichería el gran sabor”, por el otro “Restaurant-bar cau-cau”.A todo esto, José veía pasar un colectivo tras otro. Así se sucedieron micros de los potentados Flechabus y San José; y después de los más humildes de la familia: Singer y Caraza. Pero ni noticias de su amigo Javier. “Adiós amigos, adiós”, pensó José por un momento, y apagó el cigarrillo con la suela de la zapatilla.

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