lunes, junio 08, 2009

En una esquina

Día insoportable de calor. De esos en que el asfalto parece derretirse a cada paso. El caso es que todo el mundo en la ciudad con su bebida helada, su gorrito piluso con los pibes a las fuentes y se acabó.
Camino sin cesar hasta que me cruzo con el Rolo, un (ex?) amigo del secundario que hace mucho tiempo que no veía. El Rolo me cuenta vida y obra del resto de la barra de aquellos años. Pero la historia más sorprendente es la del preceptor Fermín. Ese era un buen tipo; un buenazo que lo tomaban siempre para las gastadas mas pesadas. Tenía conflictos en la casa. Vivía con su anciana madre. Un rollo. El caso es que Fermín un buen día, en el que se había juntado mucha plata de la cooperadora para continuar la eterna obra del gimnasio, el obediente y sumiso Fermín se escapa con toda la plata. Todo lo recaudado. No se podría precisar exactamente cuánto, pero era mucho…y nunca mas se lo vio a Fermín por el pueblo. Algunos dicen que se fue al Paraguay. Otros que está bien escondido en la provincia de Bs. As.. Vaya uno a saber. “La vida tiene muchas vueltas”, me dice el Rolo. Y me quedo con ese destello de sabiduría popular y el teléfono del Rolo. No se muy bien para qué, en realidad…
“Mejor sigo mi camino”, pienso en voz alta, al tiempo que llego a San Telmo, con sus turistas al 100%. Una zona inevitable. Yo observo y no me detengo. Voy por un empedrado, pego la vuelta y ahí lo veo. Se trata de un hombrecillo de escasa estatura con sombrero estilo cowboy y chaleco de cuero y camisa al tono, sentado inmutable en una esquina. A su lado se encuentra un animal, mas concretamente un simio con una collar y una cadena que sujeta el hombre. El simio es casi de la misma altura del hombre. Me detengo. Los observo detenidamente. Los estudio. Y ellos parecen estudiarme. Veo un jarro de lata y un radiograbador destartalado al lado de estos dos personajes. Me voy acercando. El duelo de miradas persiste. Empiezo a sudar. Más, más y más aún. Estoy a dos metros. Ahora a metro y medio. Me canso y cuando estoy por decir algo, el tipo sombrero cowboy se me anticipa diciendo con tono amigable:
- Tenga buenas tardes y ponga una moneda en el jarro, buen hombre…
- Buenas…y para qué, me puede explicar? Pregunté, intrigado.
- Ud. hágame caso. Créame. No se va a arrepentir.
- Vea, voy a ser sincero con Ud…Sólo tengo un peso veinticinco y me tengo que tomar el colectivo, asi que discúlpeme pero…
- No se preocupe, nos arreglamos con poco…no tenga miedo. Ponga una moneda.
El simio a todo esto parecía una estatua de cera. Ni pestañeaba. Se veía que el tipo lo tenía domesticado. Era como un robot. Pero si efectivamente lo era, el animal haría las maravillas que le indique su dueño. El enano sombrero cowboy me convenció. Qué mas da. A lo sumo perderé 25 centavos…un pucho y medio menos…
- Bueno, bueno. Como Ud. diga. Pero antes quiero saber qué gracias hace el animal.
- Pero no se me ataje, hombre! Son solamente 25 centavos! Póngalos Ud. en la lata y verá. Vamos, vamos. anímese…
No tuve mas remedio. Dejé mi ultima moneda de 25. Mis cigarrillos sueltos a la basura. A la basura de un animal peludo que vaya a saber qué payasada hace…
Ni bien el simio escuchó el tintineo del metal, empezó a bailar frenéticamente al ritmo de la música house que el enano hacía sonar desde el radiograbador destartalado. Fueron sólo veinte o treinta segundos. “Valdrá un centavo el segundo?”, me pregunté indignado. Todo aquello era lamentable. Desastroso. Una ridiculez total.
Sin saludar, bajé la cabeza y me fui masticando bronca por lo bajo; caminando, solo y de mal humor. Ese día aprendí que “por la plata baila el mono”. Aunque sean sólo una pocas monedas; unos pocos centavos…todo vale.

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