martes, junio 16, 2009

For a minute I lost myself

Esa noche, y me hago cargo, sí que estaba delirado; estuve de copas, con mi amigo Esteban, un vinito rico, bah dos, pero que fueron una especie de heroína inyectada directamente hacia la sangre. Si, Esteban también estaba delirado.
Salimos contentos, muy recontentos, la noche de san Telmo estaba plácida y la luna brillaba en todo su esplendor.
“Mirá la luna loco”, me dijo Esteban . “Sí”, le dije yo, “La de siempre, la luna…”, completé.
“¡Pero no! Mira boludo”, me dice. Y me detuve un poco más.
Era una luna en realidad misteriosa, que se dejaba entrever a través de la niebla, pero la verdad es que nada más... ¡no pasaba nada, pero nada más!.
“Una mierda! No me rompas las bolas”, le dije.
Lo que sí ya estaba roto eran las veredas angostas de San Telmo, que delineaban nuestro camino. Ibamos a un pub donde una amiga de Esteban festejaba su cumpleaños. Para mí la mina, aparte de fea, que tampoco era tan relevante (y, lo sé es políticamente incorrecto de mi parte decirlo), era una pelotuda... al menos eso pensaba yo. Pero Esteban le tenía su apego, no se por qué razón y yo decidí acompañarlo.
Seguimos, en el camino nos cruzamos con dos borrachos que querían saber dónde estaba la calle Bolívar.
Yo les dije,”¿Bolívar? ¿Un grosso Bolívar, no?”.
El tipo no entendía nada, pero en un rapto de lucidez me dijo, “¡Es esta!, claro…”.
Y sí, boludo, atiné a decirle por lo bajo no sin temor de que me cague bien a trompadas (no se sabe qué se puede esperar de un borracho, por más apacible que parezca).
Se fueron y me quedé pensando en ellos; ¿Hacia dónde irían esas almas? Estaba claro que era temprano y que aquella noche no acababa ahí.
Llegamos a una esquina en reparación, una de las tantas eternas esquinas en reparación del Gobierno de la Ciudad. Una esquina, la de Bolívar y algo, pero no recuerdo exactamente cuál.
Había una serie de chicas en esta esquina, cruzando la calle, todas ellas de vestimenta oscura y con una especie de antenitas u orejas de burro coloradas en la cabeza. Una ridiculez que sólo se explica si una persona o varias (como en este caso), están de reviente-joda o bien están total y absolutamente locas.
Opté por la primera opción, que afortunadamente era la correcta. Cruzamos la calle. Las chicas estaban encendidas. Sonreían. Decían cosas lascivas. Hablaban de si había dos hombres que las pudieran satisfacer a todas o algo por el estilo.
No esperé a que me apuren, simplemente pregunté:
“¿Quien es la que se casa?”
Y me la señalaron. Morocha, labios carnosos, escote pronunciado y curvas generosas. Así era ella. Ahí Esteban se me acopló como buen amigo que es, y la abrazamos ambos, con buena onda.
Después yo, y me hago cargo, me le acerqué más y más, y le rocé el lóbulo de la oreja izquierda con mis labios sedientos, para luego besarle el cuello con pasión.
Nadie entendía nada, las chicas se asustaron y con un elegante y urgente “¡Chau!”, nos despacharon. Mi amigo Esteban quedó estupefacto ante mi reacción con la chica y por cierto lo mínimo que recuerdo que dijo es “¡¿Pero vos estas loco?!, ¡¿La querés violar?!”.
Y puede ser que lo estuviera y que esas, en mi estado, fuesen mis intenciones. Lo cierto es que eso fue lo más emocionante de la noche, ya que llegamos al cumpleaños y:
- Nos cobraron entrada
- La música era mala
- Había pocas chicas
- Eran todas feas
- La barra era cara
Un desastre… sólo sé que me volví a casa pensando en morochas de labios carnosos, escote pronunciado y curvas generosas.

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