lunes, agosto 29, 2005

MIGAS

MUCHACHO
Entré a la panadería “Las buenas migas”. Allí finalmente encontré el único Pago Fácil abierto en todo el barrio. Ya lo decía la calcomanía hexagonal pegada en la vidriera del local: “Pague aquí sus facturas”.
Abrí la puerta de entrada vidriada sin esfuerzo. Fui recibido de inmediato por el empleado. Esto de ninguna manera se trató de una casualidad. Yo era el único cliente. En principio me sentí intimidado. No soy de desconfiar, pero noté un clima algo extraño. Pero pronto razoné que mi pronóstico había sido errado. Se trataba de un hombre de canas, anteojos, bigote, que tendría unos 68 años (podrían ser más, podrían ser menos) y se asemejaba a un farmacéutico. De hecho reparé en una foto ubicada justo a la derecha del reloj; el mismo hombre y la misma sonrisa, recostados sobre una ambulancia. Inclusive, en el único bolsillo de su camisa blanca portaba dos biromes; una verde manzana con logo blanco y otra amarillo patito lisa.
El hombre se inclinó levemente sobre el mostrador y me miró por sobre los cristales de sus anteojos, levantando las cejas.
- Buenas, muchacho ¿Qué va a llevar?
Despegué su mirada de la mía, -o fue al revés?- para dirigirla hacia la vidriera. Muchas eran las opciones. La estudié. Era una vidriera como cualquier otra, por lo que decidí estudiar su contenido, que hallé más interesante. Empalagosas tortitas y confituras con cantidades exageradamente desproporcionadas de chocolate, crema, dulce de leche y chocolate (blanco). Mi mirada quedó fija, como detenida en el tiempo. No pude despegar la atención de allí. Por momentos me sentí dentro del mundo de Tim Burton, como si en cualquier momento todas esas exquisiteces se escaparan de su lugar y vinieran hacia mí para abalanzarse sin piedad. Hice esfuerzos para que eso ocurra. El deseo se apoderó de mí, a tal punto de sentir el estómago retorcerse. Mi vista se tornó borrosa, e hizo escala en la foto que se encontraba junto al reloj.
A partir de ese momento no recuerdo absolutamente nada de lo que sucedió luego. Solo sé que desperté en casa, con una cremona, el mate recién preparado y las facturas vencidas.

PANADERO
Lo vi entrar al local como pidiendo disculpas. Llevaba una carpeta amarilla bajo el brazo. Tendría unos… 27 años mas o menos. Yo fui amable con él, como siempre trato a toda la clientela, por supuesto; pero él no respondió a mi saludo. Sólo atinó a dejar la carpeta sobre el mostrador y se puso a relojear las facturas como si se tratase de una cuestión de vida o muerte. La cosa es así para alguna gente: se llevan de las medialunas de manteca y después lo cagan a pedos, como dirían los pibes, porque querían de grasa. Su mirada se clavó la vista en el mostrador, y los ojos se le desorbitaron. Blancos quedaron. Mientras, yo esperaba pacientemente que se decidiera por alguna de nuestras especialidades. No sería exagerado decir que tenemos la mayor variedad de confituras en el barrio, y es probable que él, de alguna forma, haya quedado encandilado ante tanta abundancia dulce. No digo que esto sea exactamente así. Es sólo una posibilidad ante su reacción. Por supuesto, después de que los ojos quedaran en blanco, el muchacho cayó redondo como una bolsa de papas. Yo lo reanimé, y justo vino una señora, pero no quiso ayudarme o algo le pasó. No lo sé. El caso es que se fue. Finalmente, llamé a un número que tenía anotado en un volante. De decodificador porno era el volante, me acuerdo. Vino una chica, se lo llevó y nunca me enteré más nada.

SEÑORA
Yo miraba el noticiero de canal 9 tomando mate en casa, y cuando se me terminó el paquete de Criollitas, pensé que todavía “La miga”, como le decimos los vecinos, estaría abierta. Y al asomarme al balcón ví que todavía estaba la vidriera iluminada. Entonces bajé a comprar unos bizcochos de grasa. Son los mejores del barrio. Siempre voy ahí, aunque es una lastima que hayan cambiado los dueños. A los que atienden ahora no los conozco, prácticamente. Crucé la calle, y ya desde afuera veía que algo extraño estaba pasando. Al entrar encontré al panadero sobre un muchacho. Estaba uno sobre otro: el panadero arriba y de piernas abiertas, y se besaban. Inmediatamente el panadero se sorprende ante mi presencia, me da un volante de decodificador porno, y me dice que llame urgente a ese número.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy simpático, el relato. Podrías hacer un libro entero de esa manera. Transforma un hecho habitual (un panadero alucinado y un muchacho depravante) en una secuencia de desorden cósmico ;).

Te visitaré de nuevo.

JJ dijo...

Gracias zack! Un libro? me gustaría, hay que admitirlo...

Anónimo dijo...

Just? me encanta!